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Salvando las distancias

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Nunca abandones un sueño por el tiempo que te puede tomar. De igual forma, el tiempo pasará. Earl Nightingale

Despierto en el sofá. Sola



La tensión acumulada de los últimos días ha convertido mi cuerpo, ahora relajado, en un peso inamovible. Los párpados, entreabiertos, dejan pasar apenas un poco de luz. La manta pesa, parece que estuviera anclada al suelo y no encuentro la fuerza necesaria para apartarla. Los brazos no responden a las órdenes del cerebro.




Siento la cabeza embotada y me cuesta pensar. Los párpados vuelven a cerrarse y me dejo llevar por el dulce sopor, no sé si duermo, estoy soñando o intento despertar. 




Hago el esfuerzo de abrir los ojos de una vez y consigo llegar hasta la cama, no sin antes tropezar con todo lo que me voy encontrando. Juraría que no hay tantas cosas en el camino, pero se parecía a una carrera —muy lenta— de obstáculos.




Me acomodo. Me estiro. Doy la vuelta hacia un lado y luego hacia el otro. Desde aquí puedo escuchar el golpeteo de las gotas en el suelo y en la ventana. Un sonido rítmico que en cualquier otro momento favorecería el sueño. Pero resulta que no. Después del corto paseo nocturno de apenas unos metros me encuentro perfectamente lúcida. 




Enciendo la luz de la lámpara para incorporarme y alcanzar la libreta, que junto al bolígrafo, duerme cada noche en la mesilla. Y aquí estoy, a las dos y veinte de la mañana, escribiendo en un papel la historia de unos minutos de insomnio.


Similitudes

Hasta este punto he trasladado lo que escribí hace unas noches. Si has leído en ocasiones anteriores el blog, sabrás que no me gusta dejar pasar la oportunidad de hacer una pequeña reflexión. Hoy no va  a ser menos, y, salvando las distancias, redactar de nuevo en este espacio aquellos momentos de flojera ha hecho aterrizar un pensamiento que planeaba sin destino desde hace tiempo: el esfuerzo en la consecución de objetivos.

Todos tenemos sueños (sueño también, eso lo que más 😜). Sueños que viven en rincones escondidos de nuestro corazón, o más cerca de la superficie si hacen más ruido del habitual y no queda otro remedio que escucharles aunque sea un poquito. Incluso a veces hasta planeamos la manera de obtener la meta que nos proponemos. 

Pero ahora viene lo bueno, y es que planear está muy bien, lo complicado es mover un dedo para hacer el primer movimiento que nos acerque un poco a lo que queremos. Porque ese mínimo movimiento conlleva un esfuerzo, de la magnitud que sea. El peso de las responsabilidades merma las fuerzas. A veces, es apenas una tímida luz la que ilumina el camino. Las tensiones a las que nos vemos sometidos por la rutina diaria, el estrés que se genera ante muchas situaciones, nos embota la mente y se refleja en el cuerpo. Atravesar la distancia que separa A de B es, a veces, muy corta, pero podemos sentirla como una carrera llena de obstáculos
Es más fácil darse la vuelta en el sofá, acomodar la manta, cerrar nuevamente los ojos y volver a soñar. 
Ahora depende de ti, de lo fuerte que griten tus sueños, de tu valor para poner en marcha las acciones que pueden llevarte a conseguir tus metas, de tu actitud. ¿Tienes la fuerza necesaria para intentar lograr tus objetivos o eres más del cuento de la lechera?




Gracias por tu visita

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