Es posible que las conexiones sean invisibles pero siempre están ahí, enterradas justo debajo de la superficie. El Código Da Vinci. Dan Brown
Algo que siempre me gustó ha sido el diseño y la moda. Por esa razón, hace más de veinte años decidí remangarme para aprender algo de dibujo y diseño, historia de la moda, materiales y textiles, etc. Hice mis pinitos con el lápiz aunque debo reconocer que no era lo mío. Para muestra, un botón 😉 o mejor, una imagen recopilando una parte de aquello
Entre trazos y garabatos entendí que era necesario saber cómo hacerlo, debía conocer si era posible confeccionar lo que estaba dibujando. A partir de ahí empezaron años de aprendizaje, primero con una modista y después en una escuela, donde tras ochocientas treinta horas presenciales, obtuve mis certificaciones en confección de prendas e industrial. Patronaje industrial, escalado, medidas, corte y confección de prendas...
Cinta métrica, agujas, alfileres, hilos, telas, entretelas, regla, lápiz, papel, botones, cremalleras... Todos ellos se convirtieron en mis compañeros. Tocar los diferentes tejidos y manipularlos comprobando las combinaciones posibles. Máquinas de coser, plancha, pruebas en el maniquí y lo que no era maniquí también y vuelta a empezar. Bolsillos, cuellos, mangas de todo tipo, vuelos, plisados. Probar una y otra vez. Experimentar. Llevarlo a la práctica. Durante años.
Lo de cortar trajes nunca se me dio mal. Literal.
El paso del tiempo me llevó por otros caminos y la máquina de coser y mis manos se quedaron para arreglar desperfectos, disfraces de mis hijas, cortinas, bajos de pantalones, faldas y vestidos. Algún que otro botón que se pierde y poco más.
Pero no sólo aprendí a coser y casi a dibujar (eso es ser muy optimista). Aprendí que con las herramientas que tienes, si sabes utilizarlas con imaginación, puedes obtener diferentes resultados. Que no es necesario cerrarse a ninguna idea porque lo correcto sea ir por el camino que está marcado, que se pueden ojear otros diferentes. Que si no sabes, puedes aprender. Aunque sea como pasatiempo.
De ahí he pasado a diseñar informes, coser proyectos a medida, hilvanar experiencias laborales para fabricar currículums adecuados a cada puesto de trabajo. Nada que ver, pero con algo en común, en ningún momento perdí las ganas de tantear, ensayar, explorar nuevos horizontes.
Hilvanando historias
¿Por qué te cuento esto? Principalmente porque me apetecía. Pero también porque todo ese aprendizaje, junto con las experiencias vividas, confecciona la historia de la vida. Porque podemos elegir construir historias con lo que tenemos o conformarnos con remendar, como podamos, lo que nos dejan.
Puestos a elegir, prefiero construir. Seguir hilvanando historias aquí, en el blog, propias o ajenas, reales o imaginarias. Aunque no sé hacerlo, lo hago. Porque hay que darse la oportunidad de disfrutar lo que te gusta, sin bloquearse por la crítica a la que te puedes ver sometido. Y si apetece contar un cuento, se contarán cuentos, relatos o lo que pegue. ¿No hay quién vive del cuento? Pues eso. Como no está en mis propósitos vivir de esto, sino que lo hago por el deseo de expresar en cada momento lo que quiero contar, pues no espero nada. Mis expectativas, ninguna. Por eso, en el momento que crea que no tengo nada que decir, simplemente no lo haré.
Ahora ya sabes que igual sirvo para un roto que para un descosido, que manejo con destreza la aguja, y entre puntada y puntada te he traído hasta este punto, el fin del post. Sigo en modo rastreador (no eches en el olvido lo del cuento) y te animo a que hagas lo mismo, que busques y quizá, ¿quién sabe?, encuentres un nuevo capítulo en tu historia.
Gracias
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