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Impronunciable



Érase una vez un reino muy muy cercano, cuyo nombre era ImpronunciableFormado por seis grandes regiones, Impronunciable era administrado con ejemplar criterio por su soberano. 


Sus habitantes debían lealtad al monarca, a cambio, vivían con la tranquilidad que les proporcionaba la buena administración de su rey. Esa lealtad era fundamental en un punto. El silencio en determinadas cuestiones de vital importancia para la estabilidad del reino. 



Los asesores, uno por cada territorio del reino, formaban el Consejo Real, en el que se discutían las
cuestiones importantesEn aquel tiempo, al igual que ahora, existían tensiones fronterizas, enfrentamientos y alianzas provocadas por los guardianes de cada territorio, disputándose el poder para influir en las decisiones del rey. Esta influencia se convertía en algo palpable para uno de los consejeros cada quince lunas, momento en que se realizaba el cambio y uno de las guardianes pasaba a ostentar el primer lugar en el consejo, asesorando de manera directa al rey.



Y es que esa era la debilidad del rey. Su vulnerabilidad ante las influencias externas.

Impronunciable era y es el refugio donde guardar los sentimientos más profundos, las experiencias que marcan, aquello que guarda los mayores secretos. Es lo que no se expresa y cuesta pronunciar pero que en lo más recóndito quiere ser manifestado. 
Así, los habitantes de Impronunciable se acostumbraron al silencio, a no pronunciar palabra sobre los asuntos críticos, a la pasividad a la hora de manifestarse a favor o en contra, a ser testigos mudos del devenir de los acontecimientos. Un acuerdo tácito que nadie debía romper, que nadie osaba poner en duda.

La administración de una de las regiones, llamada El Péndulo, correspondía a dos guardianes, cuya gestión era tan diferente que nadie diría que moraban en el mismo pedazo de tierra. Miedo era el nombre de quien gestionaba la mitad del tiempo, la otra mitad era Soberbio quien coordinaba la organización del territorio. Cada ocho lunas se producía el cambio, no exento de situaciones tirantes, desavenencias y reproches entre los dos, afectando de manera directa a los que en medio se veían envueltos.


La Nuez, otra de las regiones de Impronunciable, estaba bajo el mando de Prudencio, el guardián más sensato jamás conocido, que se guiaba por el pensamiento crítico y racional. Tan cuadriculado que no dejaba espacio para la intuición, las emociones o la imprevisión. Pesado y medido hasta el mínimo detalle. Como autómatas en cualquier movimiento calculado, así pasaban los días quienes vivían bajo su protección. 



Las audiencias del Consejo eran intensas y la tensión se podía percibir desde cualquier rincón del reino, tales eran las diferencias entre los consejeros. Duraban varios días, hasta semanas. Ponerse de acuerdo era una misión casi imposible. El Rey terminaba con jaqueca, tan harto que cada vez distanciaba más y más esas largas reuniones. 



  —¿Tan difícil es que trabajen de manera conjunta entre ellos, por y para el reino? —se preguntaba el rey.



El malestar general aumentaba al tiempo que las disputas entre los consejeros eran cada vez más frecuentes. La situación se estaba volviendo insostenible. Y en este tira y afloja constante, los mayores perjudicados eran los habitantes de Impronunciable. Ahogados entre tanto silencio, sin poder pronunciar palabra ante semejante despropósito por miedo a ser castigados, rechazados y expulsados de su hogar. Y el silencio se hacía cada vez más y más grande, y los que allí vivían cada vez más separados, como si cada región formara parte de diferentes mundos aislados. 



El palacio residencial estaba ubicado en la región que controlaba el reino cada temporada, siendo trasladado cuando se producía el cambio. Esto le otorgaba un carácter más cercano para sus habitantes. Podía conocer su forma de vida y la administración de cada asesor. En aquel momento estaba situado en la región conocida como Indeterminación. Su guardiana, Eterna Duda, pasaba largos periodos de indecisión y sus moradores vivían entre dilemas constantes, incapaces de tomar una decisión ante los asuntos más insignificantes sin vacilar.



El estado de ánimo del monarca se había mimetizado con el lugar debido a los acontecimientos y el cansancio acumulado. Todo era incertidumbre. Sus súbditos sentían inseguridad, algo que nunca antes había ocurrido. El rey, después de muchos años llevando la dirección de Impronunciable por buen camino, sentía que desde hace un tiempo sus decisiones eran totalmente opuestas, una montaña rusa.  El resto de la población también era consciente del deterioro progresivo de su reino. Tanto que, poco a poco, empezaron a aparecer pequeños actos de rebeldía, quebrando el juramento jamás pronunciado pero conocido por todos de guardar silencio. 

Impronunciable tiene vida propia. Respira. Lo inunda todo aun en su silencio. Está presente en cada momento, en cada lugar
Se empezaron a escuchar cosas. Palabras de
reproche, quejas y lamentos. Cada vez más alto. Las habladurías se extendieron como la pólvora. Tanto tiempo hacía que nadie decía nada que el reino parecía arder entre palabras igual que el pasto seco ante las llamas. El pacto de lealtad se desmoronaba por momentos.


Es lo que tiene el silencio. Quema cuando lo que se debe decir, se calla. 



En cuestión de horas llegó a oídos del rey. Creyó enfermar de la cólera. ¿Quiénes eran ellos para cuestionar una sola de sus decisiones?. Menudos ingratos, después de todo lo que había hecho por todos ellos durante tantos años, salvándoles de cada uno de los peligros que les habían acechado, proporcionándoles bienestar y refugio, alimento y paz. 



Cayó en la cuenta de que no se encontraba en Furia, la región encargada a la guardiana Ira; pero tampoco podía seguir escuchando los consejos de Eterna Duda. Después de desgastar las baldosas del salón del trono de tanto dar vueltas pensando qué podía hacer, hizo llamar a uno de sus sirvientes más cercanos y leales y le encomendó la misión de ir cuanto antes en busca de la guardiana de la región de Concordancia. No se hizo esperar, acudió veloz a la llamada. Coherencia gozaba de buena reputación entre las gentes de su entorno y de las zonas colindantes. Su fama de carácter afable, tendente al diálogo y la reflexión la precedía allí donde iba. Poniendo cordura en todas las asambleas a las que acudía era apreciada por la mayoría.



Tras escupir todas las palabras acumuladas durante tanto tiempo, el rey necesitaba que alguien le dijera cómo terminar con aquél trance que le estaba costando la salud. Pero Coherencia no estaba dispuesta a que trasladara la responsabilidad a otra persona. Ésto disgustó aún más al rey que desesperado gritaba sin parar. La sugerencia de Coherencia era que ya había escuchado los consejos de cada uno de los asesores y ahora era el momento en el que debía empezar a escucharse a sí mismo. Lejos de todos, lejos de todo.



Decidió ir a la región más pequeña y lejana de todas,
conocida como Calma. Serena, la encargada de velar por el bienestar de los habitantes de Calma, no había estado presente en las últimas asambleas, pues no había recibido las misivas reclamando su presencia. Por esa razón ignoraba la situación crítica a la que se enfrentaba el reino al completo, los mensajes llegaban tarde o no llegaban y ni ella ni los lugareños se alteraban ante la falta de noticias. 



Después de un largo y penoso viaje se presentó allí, con la intención de reposar  y buscar una solución. De qué le servía tener tantos asesores y consejeros si eran incapaces de poner paz, dejar los intereses personales y centrarse en buscar el bien común



Serena le ayudó a instalarse y le proporcionó la
tranquilidad que había perdido, con la ayuda de un tiempo de reposo lejos de los sermones del Consejo Real, logró encontrar algo de sosiego. Estaba seguro que no sería fácil pero debía retomar el mando de la resolución con valentía. Sólo una persona debía tomar la última decisión después de escuchar y valorar las recomendaciones y ese debía ser siempre el rey


Dejar que las aguas volvieran a su cauce por sí mismas no había funcionado por lo que aunque haya cosas que no se quieren oír y cosas que es mejor no decir, a veces hay que poner palabras a lo que un día se creía impronunciable.

Así fue como el silencio empezó a tener voz y a pesar de que hoy la discreción sigue siendo una característica del reino, los ciudadanos aprendieron a pronunciar lo que durante tanto tiempo estuvo oculto.


Érase una vez un reino muy muy cercano, cuyo nombre es ImpronunciableFormado por seis grandes regiones, Impronunciable sigue siendo administrado con ejemplar criterio por su soberano. Ese soberano tiene un nombre y es TÚ.


*Imágenes Pexels
*Ilustraciones Pixabay

 
                 
Gracias

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