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"La vida es muy simple, pero insistimos en hacerla complicada" Confucio
El miércoles es día de mercadillo. Si durante todo el año es una cita obligada, a lo largo de los meses de verano no se puede faltar. En esta época cambia de lugar, situándose a la orilla del río ya que las dimensiones del recinto son mayores debido a la gran cantidad de puestos que acuden cada semana. La afluencia de público se intensifica, tanto que hay momentos en los que resulta agobiante.
Aquí se producen los encuentros de todos los años con personas que no vemos más que en esta época, saludos, puestas al día de los últimos acontecimientos relevantes, un par de besos, un abrazo y hasta el año que viene. Es un lugar lleno de color, aromas y mucho ruido.
Elegir una buena hora es importante, llegada media mañana es imposible ver nada, no te digo ya intentar acercarte a algún puesto. A partir de cierta hora se convierte en una marea humana que tiene vida propia, que te arrastra sin piedad y te obliga a dejarte llevar por todo el recorrido. Da igual la dirección que quieras llevar, tendrás que conformarte con seguir la marabunta. Es como el metro. Buscas un punto en el que anclarte a la masa de gente, esperas un hueco y en cuanto hay ocasión te cuelas dentro. Ahí vas tomando posición sabiendo que no vas a poder ver nada, lo asumes y andas lo mejor que puedes. El problema es salir. De manera estratégica te vas situando cada vez más cerca de un lateral para saltar fuera cuando llegas al borde.
Al final se convierte en un acto social porque la compra está complicada.
Y ahí, en medio de tanta gente, mientras me dejo llevar, pienso en lo mucho que me recuerda a la vida.
Esta vida que parece estar en rebajas.
Estamos en un momento de economizar sentimientos, de amistades de saldo, mercadeando con las ilusiones, vendiendo nuestra alma al diablo por ser el centro de atención. Liquidamos las relaciones con la ley del mínimo esfuerzo mientras el otro trata de parchear algo en lo que deberíamos implicarnos pero no. Comerciamos para recibir cientos de me gusta en lugar de descolgar el teléfono para decir a esa persona lo que sentimos por si nos encontramos con el rechazo, mejor hacernos notar. Subastamos el corazón al mejor postor para después arrepentirnos por no haber sido los dueños de la elección. Aplicamos deducciones al amor. Abaratamos las despedidas...Así somos, traficantes de sueños rotos, distribuidores de engaños, especuladores de utopías. Y vamos alejándonos de los que nos interesa, dejándonos llevar por la corriente, como un miércoles cualquiera.
Gracias
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