Imagen: Mónica Rueda
"No encerrarán entre murallas mi pensamiento. Resido en las estrellas" Fortunata y Jacinta. Benito Pérez Galdós
Secuestrada. En una fría torre de piedra. Soñando sentir la tibia luz
del exterior. Esperando que algo te ilumine. Así te sientes.
Las ideas empiezan a escasear. Nunca has sido de elaborar demasiado una
estrategia que te hiciera tirar del hilo conductor y así sacarte del laberinto.
Has sido más de impulsos e intuición. Intuyes que ese camino y no otro es el
que te lleva con éxito a tu objetivo.
Cuando no sale, no. No sirve intentarlo. Poner del revés el pensamiento.
Colgarte de la imaginación esperando que sea benevolente y te deposite en una pequeña isla desde la que gritar a quien
quiera escucharte. Una actitud que solo genera desesperación y bloqueo. No
fluye, y si no fluye no puede funcionar.
Y la añorada isla se convierte en tu atalaya, esa que visita tus peores
pesadillas, en la que te encuentras presa, de la que sientes que no tienes
escapatoria.
Presa de indeterminados miedos, pero que te hacen temblar. Presa de tus
límites autoimpuestos, que asfixian tus capacidades. Presa de una necesidad de
aprobación difusa y externa sin saber bien quién o qué, pero que te hace sentir
pequeña en un mundo inabarcable.
No te das cuenta de que desde ese punto observas mucho más terreno. Es
un lugar privilegiado desde el que
encontrar diferentes recorridos, senderos, vías abiertas y perfectas
para transitar hasta el punto elegido.
Tal vez aparezca esa luz. Solo que tú esperas que venga del exterior,
como habías imaginado. Quizá esa luz ilumine desde el interior de la torre, y
así descubrir como esa torre fría y gris se convierte en un faro, tu faro. Y
ese faro es el que ilumina tus pasos, que cuando dejas de forzarlo, las ideas
caprichosas regresan a tu encuentro.
La capacidad de transformar una situación que provoca malestar, en una
oportunidad de explorar otras formas para avanzar, es lo que te convierte en
alguien capaz de casi cualquier cosa.
Por eso el recurso del silencio. El silencio también ayuda. Muchas veces
es tanto el ruido que te inunda que no
te deja no pensar con claridad. Digo bien,
no pensar. Ya que en este momento lo que te paraliza es ese pensamiento
en bucle, recurrente, que no te deja visualizar
nada diferente.
La torre puede ser ese lugar inexpugnable en el que sientes
claustrofobia por el encierro, o vértigo por la altura. O puede ser el lugar
desde el que descolgarte hacia otras historias. Puede que te esté pidiendo un
cambio de aires, una oportunidad de hacer algo diferente.
A la torre no solo
hay que mirarla con nuevos ojos, también hay que escucharla, y sentirla, aunque
lleve tiempo, aunque cueste salir del cascarón. Porque no hay peor sensación
que sentirte presa. Presa de ti misma.
GRACIAS
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